Una negra y otra colorada, vivitas y aleteando. Venían en una bolsa de arpillera atada con alambre, al mejor estilo Argentino, según Ignacio
Dichos ejemplares, pasaron a formar parte de la desbastada población de plumíferos, del gallinero de mi recién estrenado suegro. Y su destino final, merece otro cuento.
Yo recién tomé conciencia de la importancia del regalo, días atrás,
cuando cargué en
que vivíamos en el barrio, disfrazados para carnaval.
Además de la originalidad de los disfraces, teníamos mucho ingenio y escasez de todo. La foto muestra de fondo la parte de atrás de la casa
Haciendo uso de la tecnología, aumenté la imagen y pude ver, después de muchos años, la deplorable construcción del gallinero.
una mixtura rebuscada y horriblemente desprolija.
Hasta acá, yo tenía un recuerdo distinto del lugar, solía asociarlo con
los versos de “la casita del hornero, tiene alcoba y tiene sala”, tal vez, por
la distribución que tenía el gallinero, patio de recreo y espacio techado, dónde cacareaban o pernoctaban, el gallo, los pollos jóvenes y las gallinas en edad de merecer.
Sala de maternidad, cuidados intensivos, para las gallinas cluecas y las que
tenían pollitos de apenas días. Con un adjunto techado.
Ah!!! si, si… “cada carancho en su rancho y cada pollo en su lugar”
Para describir la rutina diaria de la abuela y no menospreciar su trabajo, hoy me refiero a ello, diciendo que, el hobbie de doña Juana era el gallinero y
Cada mañana, hervía en una olla abollada, de aluminio y con muestras de anteriores pastiches, una mezcla de afrechillo y de sobras de comidas,
Con su eterno pañuelo en la cabeza, su delantal de bolsillo grande,
cargado de maíz, y el balde de pastiche, ya tibio, se dirigía al gallinero.
Llenaba con agua las viejas latas de dulce de batata, que usaba a modo
Por último, recogía los huevos con que la recompensaban sus gallinas,
con la misma satisfacción que le provocaría recibir un costoso regalo.
Prueba de ello era que los deposita en un cajón de madera gruesa,
Y que sin tener tapa, cumplía el rol de caja fuerte,
Nadie más que ella tenía acceso a semejante tesoro.
“¡Guay, del que se atreva a tocarlo!!!”, frase de advertencia de Doña Juana.
Recibida y acatada por la gran mayoría de la familia (Cómo toda regla, sufría excepciones).
Cuando a alguno de los 18 nietos lo aquejaba una enfermedad, o festejaba cumpleaños o comunión. Cómo así también para el día del niño, navidad o reyes; el regalo de la abuela consistía en un huevo batido con azúcar, media o una docena de huevos, según su estado de ánimo o la importancia del suceso.
Dos veces por semana, mi primo Juan, se encargaba de la limpieza
Bueno… los únicos, es un decir, había un tercero ilegal. Don Federico,
el vecino lindante de la abuela, un alemán amigo de lo ajeno y con
que éramos amigos de sus hijas, nos invitaba a comer.
El menú siempre consistía en pollo al horno o estofado de gallina.
Su generosidad, también alcanzaba a “Falso”, cada tanto, le acercaba
La abuela, que además tenía dones de detective, solía preguntarnos:
¿Qué les invitó de comer hoy Federico? Y nosotros inocentes respondíamos.
Cierto día, vísperas del cumpleaños de Juan, se juntaron él y unos amigos
del barrio a jugar al truco. El que perdía pagaba la cena para todos.
Con tan mala suerte que perdió Juan y andaba escaso de dinero.
Y así fue cómo recurrió al gallinero, imitando a Federico en el menú
Al día siguiente, le correspondía la limpieza al gallinero.
Juan, acudió cómo siempre a aliviar la tarea de la abuela.
Terminada la misma, entró a la casa a despedirse.
Yo, hacía unos momentos que había llegado y compartía unos mates
con ella. Mientras le daba un abrazo, deseándole felicidades, a mi primo, la abuela se fue al fondo. Apareciendo minutos después
A la vez que decía: “Yo no se que voy a hacer, cada vez junto
menos huevos, con esto de los robos. Anoche me robaron dos gallinas,
pero el ladrón… no esta lejos, aduciendo a su vecino”.
Juan con muestras de nerviosismo y alegando tareas pendientes,
saludó y se marchó presuroso.
Mucho tiempo después en una de las tantas reuniones de primos,
y recordando anécdotas, alguien se hizo cargo de haber comido
uno que otro huevo batido en ausencia de Doña Juana.
Y Juan confesó lo suyo ante todos, resaltando: “Cuando la abuela dijo,
el ladrón no está lejos”, me sentí identificado y me temblaron hasta
los huevos…que tenía entre las manos.
Mi querida amiga: me encanta tu forma de relatar y lo que cuentas engancha mucho. Aunque ya lo conocia me "prestó" leerlo de nuevo
ResponderEliminarJa! Graciassssssss mi querido amigo Asturiano!
ResponderEliminarEse me "prestó" me trae recuerdos tan lindos de mi viaje por tu tierra, te quiero montonazo.
Cariñu míuuuuuuuuuuu! Olvi.
Graciassssssssssss cariñu míuuuuuuu! Ese me "presto" , me trae recuerdos muy lindos de mi paseo por tu linda tierra Asturiana. Te quiero!
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