
Añoro gastar ladrillos, para dibujar rayuelas.
Los vestidos nuevos, confeccionados con telas viejas.
El aroma a café recién hecho que llegaba hasta la pieza.
Sutil y madrugador.
El guardapolvo impecable, blanco y de tablas tiesas.
Y las manos habilidosas que me peinaban las trenzas.
El interior del ropero despertando mi curiosidad.
Con esa mezcla curiosa de fotos amarillentas,
ropa prolijamente apilada, bolitas de naftalina
y algún recuerdo de España.
Los radioteatros románticos, que terminaban la siesta.
Y los días festivos de comidas criollas y mesas llenas.
Las noches estivales con fragancia a jardín recién regado.
Las sillas en la vereda y las charlas a oscuras.
Con consejos de pocas palabras, pero justas y certeras.
Añoro toda la infancia en la casa de la abuela.
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