sábado, 30 de mayo de 2009

PUEDO






Puedo…
Acumular ilusiones
Y vivir realidades.

Disfrutar alegrías
Y aplacar tristezas.

Gozar la salud
Y resistir el dolor.

Desbordar de placer
Y contener la angustia.

Mantener la calma
Y disipar la ira.

Desechar celos
Y atesorar fe.

Disculpar mentiras
Y aceptar verdades.

Celebrar llegadas
Y sufrir partidas.

Porque Dios, guía mis emociones
Y tu amor mi corazón.



Esto lo escribí el día que mi hija, María Laura, cumplía 21 años. Por ese entonces, ella estaba cursando sus estudios universitarios en la ciudad de La Plata.
María Laura, fue un regalo sorpresa de la vida, se anunció, después de años de nacer mi segunda hija , Nuria, y de haberme propuesto, sin éxito, dar por terminada mi etapa de traer herederos a este mundo.
Pero, cómo Dios es sabio y sabe porque hace las cosas, puso en mi vida a mi bebota, y además uso el mismo molde para las dos.
A las pruebas me remito, adjunto fotos de ambas.

Más allá del tiempo



Fueron las calles del barrio, las horas de escuela,
amigos de amigos, amigos de hermanos,
reuniones especiales o fiestas de cumpleaños;
quienes se asociaron en mágico conjuro para unirnos.
Crecimos en amistad, secundados por la mirada
aparentemente distraída de nuestros viejos y al
amparo de las casas nuestras.
Que en tardes de frío, supimos invadir,
numerosas veces y a conveniencia.
Y en noches de verano, nos apropiamos de sus veredas.
Para disfrutar a gusto, la pasión por Los Beatles,
o los rasguidos arrancados de una guitarra,
cuando uno de nosotros ensayaba
una canción que le brotaba del alma.
Ocasionalmente de a dos, o todos juntos;
tejimos ilusiones y nos hicimos promesas,
Propias de la edad, tierna adolescencia.
De pronto, fuimos cuatro haciéndonos cómplices,
para formar parejas.
Compartiendo secretos, quitándonos miedos,
Y despojándonos las dudas, que vienen de la mano
de nuevas experiencias.
Hicimos una la alegría de todos y fue de todos
el dolor de uno.
Danzamos unidos el vals de los quince,
y seguimos girando al compás de la vida, cumpliendo su ley.
Unos en pareja, otros separados buscando quimeras
y afrontando el destino, que no siempre acierta.
Deshojamos calendarios, llenos de vivencias.
Y nos sumergimos en propias ambiciones,
que nos distanciaron casi sin darnos cuenta.
Hasta que de manera abrupta, la muerte hizo presencia.
Y acusamos el golpe tomando conciencia,
que aún conservamos, dentro de nosotros, del mágico
conjuro toda su esencia.
Rescatamos cada uno, parte del pasado compartido
y emotivamente nos reunimos.
Prevaleció el verdadero sentimiento a pesar
del tiempo transcurrido.
Y todo el hielo que generaron los silencios acumulados,
se extinguió con solo mirarnos.
Los ojos brillosos y humedecidos, resumían dolor,
alegrías, arrepentimiento, esperanzas y nuevas
promesas de no separarnos.
Que serán o no otra vez olvidadas.
Y en cada anécdota de nuestra adolescencia recobrada,
y con cada narración, que nos acercó a la actualidad,
a los logros obtenidos y a las pérdidas espirituales de cada uno,
vencimos la ausencia física.
Paradoja de la existencia humana.



Dedicado a Betty C. y Alfredo A., mis amigos de la adolescencia, que aún hoy comparten, mis alegrías y mis penas.
Hace rato que no nos reunimos los tres, ehhhhhhhh! A ver si se ponen las pilas y compartimos
algo.


jueves, 28 de mayo de 2009

Mi niño travieso


¡Eso, no se toca!

Dije convincente.

Pero no convencido,

Tocaste la hornalla.

Y ese racimo, de dedos pequeños,

se cubrió de dolor,

por desobediente.

Llanto y más llanto,

se escuchó en la casa.

Y una pena enorme,

dentro de mi alma.

¡Cómo consolarte!

Mi amado travieso.

Mil besos, abrazos,

¡Ya pasa, ya pasa!

Mis ojos y los tuyos,

anegados de lágrimas.

Con tono de rezo,

Y mucha esperanza,

te arrullo al oído.

Sana, sana, sana

colita de rana.


Han pasado muchos años, desde que Adriel, cómo todo niño pequeñoy curioso,
puso su mano sobre la hornalla, que hacía un rato se había apagado.
Todavía recuerdo el grito que dió y se me eriza la piel.
No hay peor pena, para esta madre y abuela que el dolor de sus hijas o nietos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

ABUELO




A mi bullicioso, anegado

Y desconsolado llanto,

Bien presuroso consuelas,

Y muy pronto lo disipas.

Un sin fin de besos,

Cómo sello de protección estampas,

En mis sonrosadas, menudas

Y húmedas mejillas.

Las lágrimas, que presurosas se deslizan,

Con infinita ternura enjugas.

Oyendo atento, mis entrecortados vocablos

Que intentan describirte, una inoportuna caída.

A mi viejo, que me inspiró a escribir.

Sueños y metas

La campanilla del reloj, me despertó. En un acto involuntario de reconocimiento, visualicé la habitación a medias, a través de los párpados, que se resistían a abrirse totalmente y la escasa luz que se filtraba entre las persianas.

Cambié mi posición, ayudando a la fiaca. La almohada, fue de ahí en más, mitad apoyo de mi cabeza y mitad consuelo para un abrazo.

Y así quedé, ajena a todo lo existente, sumida entre sueños que luchan por dejar de ser sueños, para convertirse en metas.

Y recorriendo imágenes, de un pasado, que oprime la mínima intención de dar vuelta la página.

Arduo balance interior, largo repaso hacia a lo que fuí y un profundo análisis a lo que querría ser.

El resultado, me sacude del letargo.

Me levanto, me despojo del piyama y con él de todo lo que implica sueños. Y así, desnuda de pasado, comienzo con los primeros pasos, dando prioridad a mis metas.

La campanilla del reloj, me despertó…

Mi abuelo


Es, artesano de caricias.

Tutor de mis primeros pasos.

Ángel guardián, de mis sueños.

Dulce apetitoso, para mi boca.

Ilustrado libro de cuentos.

Cofre que atesora, mis hazañas.

Albergue, para mis llantos,

Defensor imparcial de mis travesuras.

Alivio, de mis penitencias.

Árbol hueco, para mi escondite.

Héroe y compinche de mis fantasías,

Y el más valioso y querido,

Juguete que tengo… Mi abuelo.



Puedo decir, sin temor a equivocarme, que mi hija y mi viejo, están juntos.

Los amo... El recuerdo de ambos, esta en cada uno de mis días.

martes, 26 de mayo de 2009

Mirar sin ver



No existen siestas calientes,

ni refrescantes zambullidas,

en ríos de aguas mansas.

No hay veredas apisonadas,

bajo la sombra, de grandes ramas;

o de grandes baldosines,

bordeando avenidas anchas.

En su plaza, no lucen flores,

ni fuente iluminada.

Solo sedentario permanece,

el viejo tanque de agua.

No interrumpen el silencio,

croar de ranas en acequias,

ni bocinas que rebasan.

No hay olor a sembradíos,

ni chimeneas de fábricas.

-Entonces, ¿Qué les atrae del pueblo?-

Pregunta, aquel que pasa.

-Mire, a su alrededor-...

No es tan austera, su pampa.

Su vegetación achaparrada,

resulta suficiente

para el ovino que pasta,

manso portador de valiosa lana.

Y bajo la aridez del suelo,

hay oro negro en abundancia,

esperando ser extraído

por esas moles de hierro

que en continuo movimiento

se ven en la distancia.

Magnánimo, en su entrega,

de tierra virgen y extensa,

dispuesta a ser poblada.

Y eterno surtirdor, de riqueza negra y blanca.

Que a diario, genera trabajo.

Y el trabajo es vida, es progreso,

es futuro con esperanzas.

¡Eso nos atrae del pueblo!

Esa es toda su magia.

Responde en tono orgulloso,

el apacible dueño de casa.



El gallinero de la abuela

El día que me casé, mi abuela Juana, me mandó de regalo dos gallinas.
Una negra y otra colorada, vivitas y aleteando. Venían en una bolsa de arpillera atada con alambre, al mejor estilo Argentino, según Ignacio Copani.

Dichos ejemplares, pasaron a formar parte de la desbastada población de plumíferos, del gallinero de mi recién estrenado suegro. Y su destino final, merece otro cuento.
Yo recién tomé conciencia de la importancia del regalo, días atrás,
cuando cargué en la PC, una foto que nos muestra a todos los chicos,
que vivíamos en el barrio, disfrazados para carnaval.
Además de la originalidad de los disfraces, teníamos mucho ingenio y escasez de todo. La foto muestra de fondo la parte de atrás de la casa de mi abuela materna.
Haciendo uso de la tecnología, aumenté la imagen y pude ver, después de muchos años, la deplorable construcción del gallinero.Cercado con todo lo que sobraba por ahí, seguramente. Madera, retazos de chapas, alambre común y de púas, sogas, cartones, en fin,
una mixtura rebuscada y horriblemente desprolija.
Hasta acá, yo tenía un recuerdo distinto del lugar, solía asociarlo con
los versos de “la casita del hornero, tiene alcoba y tiene sala”, tal vez, por
la distribución que tenía el gallinero, patio de recreo y espacio techado, dónde cacareaban o pernoctaban, el gallo, los pollos jóvenes y las gallinas en edad de merecer.
Sala de maternidad, cuidados intensivos, para las gallinas cluecas y las que
tenían pollitos de apenas días. Con un adjunto techado.
Ah!!! si, si… “cada carancho en su rancho y cada pollo en su lugar”
Para describir la rutina diaria de la abuela y no menospreciar su trabajo, hoy me refiero a ello, diciendo que, el hobbie de doña Juana era el gallinero y los habitantes del mismo.
Cada mañana, hervía en una olla abollada, de aluminio y con muestras de anteriores pastiches, una mezcla de afrechillo y de sobras de comidas, que impregnaban toda la casa de un olor desagradable.
Con su eterno pañuelo en la cabeza, su delantal de bolsillo grande,
cargado de maíz, y el balde de pastiche, ya tibio, se dirigía al gallinero.
Llenaba con agua las viejas latas de dulce de batata, que usaba a modo de bebederos. Y descargaba el pastiche en una goma de auto partida a la mitad, que servía de comedero. Mientras les hablaba o las retaba, según el caso, les arrojaba puñados maíz, que extraía del bolsillo de su delantal, por distintos rincones del lugar.
Por último, recogía los huevos con que la recompensaban sus gallinas,
con la misma satisfacción que le provocaría recibir un costoso regalo.
Prueba de ello era que los deposita en un cajón de madera gruesa, pintado de color anaranjado, que tenía a resguardo en una habitación, que ella denominaba el” fondo”, dentro de la casa.
Y que sin tener tapa, cumplía el rol de caja fuerte,
Nadie más que ella tenía acceso a semejante tesoro.
“¡Guay, del que se atreva a tocarlo!!!”, frase de advertencia de Doña Juana.
Recibida y acatada por la gran mayoría de la familia (Cómo toda regla, sufría excepciones).
Cuando a alguno de los 18 nietos lo aquejaba una enfermedad, o festejaba cumpleaños o comunión. Cómo así también para el día del niño, navidad o reyes; el regalo de la abuela consistía en un huevo batido con azúcar, media o una docena de huevos, según su estado de ánimo o la importancia del suceso.
Dos veces por semana, mi primo Juan, se encargaba de la limpieza del gallinero, él y la abuela eran a los únicos a quienes no atacaba el gallo con picotazos o les ladraba el perro; raza perro, que respondía al nombrede “Falso”, acordé con su pedrigue, y que hacia de guardián.
Bueno… los únicos, es un decir, había un tercero ilegal. Don Federico,
el vecino lindante de la abuela, un alemán amigo de lo ajeno y con mañas de zorro. Que le gustaba trabajar, tanto cómo a mi la sopa con apio, en esos tiempos. Eso si, debo admitir que era generoso, cada vezque entraba al gallinero sin ser invitado, a alguno de mis hermanos o mí,
que éramos amigos de sus hijas, nos invitaba a comer.
El menú siempre consistía en pollo al horno o estofado de gallina.
Su generosidad, también alcanzaba a “Falso”, cada tanto, le acercaba un hueso, que el animal agradecía, moviéndole la cola.
La abuela, que además tenía dones de detective, solía preguntarnos:
¿Qué les invitó de comer hoy Federico? Y nosotros inocentes respondíamos.
Cierto día, vísperas del cumpleaños de Juan, se juntaron él y unos amigos
del barrio a jugar al truco. El que perdía pagaba la cena para todos.
Con tan mala suerte que perdió Juan y andaba escaso de dinero.
Y así fue cómo recurrió al gallinero, imitando a Federico en el menú y en las andanzas.

Al día siguiente, le correspondía la limpieza al gallinero.
Juan, acudió cómo siempre a aliviar la tarea de la abuela.
Terminada la misma, entró a la casa a despedirse.
Yo, hacía unos momentos que había llegado y compartía unos mates
con ella. Mientras le daba un abrazo, deseándole felicidades, a mi primo, la abuela se fue al fondo. Apareciendo minutos después con un paquete con huevos, que depositó en manos de Juan, cómo regalo de cumpleaños.
A la vez que decía: “Yo no se que voy a hacer, cada vez junto
menos huevos, con esto de los robos. Anoche me robaron dos gallinas,
pero el ladrón… no esta lejos, aduciendo a su vecino”.

Juan con muestras de nerviosismo y alegando tareas pendientes,
saludó y se marchó presuroso.
Mucho tiempo después en una de las tantas reuniones de primos,
y recordando anécdotas, alguien se hizo cargo de haber comido
uno que otro huevo batido en ausencia de Doña Juana.
Y Juan confesó lo suyo ante todos, resaltando: “Cuando la abuela dijo,
el ladrón no está lejos”, me sentí identificado y me temblaron hasta
los huevos…que tenía entre las manos.

sábado, 23 de mayo de 2009

Carencias



Te veo cruzar la calle

cargando tu infancia desvalida,

bajo la nieve que cae.

Y egoistamente,

entre el calor que me envuelve,

pienso en tu frío.

En tu frío y en la pobreza

que caprichosa, te acompaña.

Y en el frío de los poderosos,

que se empeñan en ignorarla.

Pienso… en el frío.

Ese que penetra el cuerpo,

y se extiende a través

de la precaria subsistencia

hasta apoderarse del alma.

Pienso en el frío…

En la escasez y en la abundancia.

Y en la injusta inclinación de la balanza

En la carencia abrumadora de las mayorías.

Y en el desinterés que es abundancia.

Pienso en el frío…

¿ Cuál castiga más a tu inocencia?

El que viene de la mano del invierno,

o el que soportas de la indiferencia humana.

Presencia

Superando el tiempo...

que suma horas a la despedida.

Y a las distancias, que limitan.

En conjuro, amor, deseo,

salvarán toda frontera,

Y seré presencia fiel,

donde te encuentres.

Una brisa repentina

alborotará tu pelo,

como esas, mis caricias

despeinando tus canas.

Todos los matices

de árboles, hierbas,

de flores y cielo,

emularan mi mirada

atrapando la tuya.

En los rayos de sol

penetrando en tu piel,

sentirás el calor

del abrazo que no puede ser.

El aroma salvaje

natural del ambiente.

de mi piel, el perfume,

te recordará sutilmente.

Un arrullo viajero,

llegará suavemente.

Y evocará un…”te amo”

de mi voz ausente.

Y serán los recuerdos

de lo nuestro vivido,

que más nítidos emerjan

los que el alma te besen.



Inocentes ocurrencias

En las fotos, Francisco, luciendo las tapas de una cholga, a modo de cuernos de dinosaurios.


La vida, que da más, de lo que quita, me ha premiado con cuatro nietos, (por ahora). Adriel, Francisco y Nuria, que son hermanos y Almita que es el retoño de mi hija menor.

Dos por tres, hago un repaso de sus ocurrencias, para mitigar saudades, que me provoca el no verlos diariamente. Son el bálsamo perfecto y siempre logran arrancarme una sonrisa.

Viven en otra ciudad de la misma Provincia, distante 70 kilómetros de la localidad dónde resido. Con bastante frecuencia, Francisco de 5 años, se desprende de la contención de sus padres y viene a pasar los fines de semana a mi casa.

Esto y otras actitudes, para conmigo, hacen que Francisco despierte en mí algo especial.

Es un niño, retraído, suele jugar solo y debo admitir que cuenta para ello

con una gran imaginación.

Cuando no esta correteando por el patio, luchando cómo un gran súper héroe,

contra villanos imaginarios. Esta frente al televisor, mirando atentamente los dibujitos animados y acopiando en su memoria fantasías para sus juegos.

Es mi costumbre, asomarme cada tanto a la puerta de la habitación, para ver que hace.

O acercarme, besarlo y preguntarle: “¿Esta bien, el bebote de la abuela?”. Mi pregunta es reiterada, pero su respuesta suele variar, y la expresión que más me gusta escucharle decir es:- ¡Sí Abu, soy un niño feliz!-

Otras veces, requiere él mismo mi presencia, gritando, “¡Abu, veni rápido, dale Abu que quiero mostrarte algo!”. Y esta abuela chocha, deja al momento lo que esta haciendo. Y acude a su llamado lo más pronto posible; sabiendo de antemano, que lo que pretende el nieto, es que vea en uno de los tantos avisos publicitarios, el juguete que esta de moda y quiere que le compre.

Con su cara y voz más dulce, suele decirme: “¿Me compras eso?, daleeeee por favor”. A lo que acostumbro responder, “Bueno, mi amor, cuando cobre te lo compro“.

Generalmente, cuando vamos al supermercado, se instala frente a la góndola

de los juguetes y reclama mi atención, para señalar cual le gustaría llevarse,

con mí aprobación.

Así fue, cómo cierta vez, trajo un blister de muñecos de plástico, que eran la réplica de su héroe favorito “el hombre araña”, (como lo llamó yo) y él, muy serio corrige: “no se dice, el hombre araña, se dice: Spiderman”. Juguetes que no tardaron mucho en quedar destruidos, debido a la poca calidad del producto (Made in China) y a la feroz lucha, que debieron enfrentar con los adversarios.

Dicho sea de paso, al otro día que Francisco se fue, y trataba yo de restablecer el orden en la habitación, aparecían arrastrados por el escobillón, cabezas, piernas y brazos, desprendidos en crueles combates.

En su próxima visita y mientras lo abrigaba para ir de compras, me dice: “Abu, ¿me podes comprar algún juguete?”. A lo que respondí, para su asombro, “No, Francisco, porque los últimos que te compré, los rompiste enseguida”. Con cara de, “yo no fui”, me responde: “Por favor abuelita, nunca más voy a romperlos”, pero no muy convencida de ello y tratando de poner límite, le contesté, que de todas maneras no disponía de mucho dinero. Antes de perder la oportunidad de obtener algún que otro beneficio, con la seriedad de un pequeño hombre, preguntó: “¿Y para un libro te alcanza? ¿Me compras un libro? ”.

Me pareció muy buena idea, ya que pronto comenzaría su primer año escolar y sería bueno que se familiarice con los libros, “Esta bien, un libro sí te compro, respondí”.

Y así partimos, los dos satisfechos, yo por su acertada propuesta y él

por haber obtenido un Sí.

Ni bien entramos al salón de ventas, se dirigió al pasillo dónde están los juguetes y reclamó mi compañía, pero muy inflexible, le dije: “Frac., habíamos quedado en que compraríamos un libro”. Y él muy seguro de si mismo, apoyó sus dos manitos sobre la cintura, levantó su cabecita y mirándome a los ojos, con gesto de, “Abu no sabes nada”, me dijo osadamente: “Abuelita, ¿para que mierda, me vas a comprar un libro,

si yo no se leer?”

Si son padres, tíos o abuelos, no hace falta que les diga, lo que viví en ese momento.

Esa sensación rara que provoca el fingir seriedad y reír por dentro.

“¡Cómo me embromó, este crío! ¡Ayyyyyyy que me lo como a besos!

Pero debí tragar la carcajada y poner cara de: “Ah, noooo, chiquito, a mí con esas no, eh”

Desgraciadamente, tuve que guardar muy en el fondo de mi alma el título de abuela, usar el de adulto coherente y poner los límites que ameritaba la ocasión.

Tan pronto cómo pude disimular mi asombro, dije: “No, Francisco, quedamos en que juguetes, NO”.

Pero, confieso que me costó y estuve a punto de hacer uso, cómo muchas veces, de la tan trillada frase, -“Bueno, pero que sea la última vez, eh”-

Lo tomé de la manito y marcando el paso firme, me dirigí a la góndola donde están los libros, mientras Francisco, se resistía caminando sin ganas y me iba diciendo a modo de reto y tratando de hacer que reflexione: “Tu, te estas convirtiendo en una no muy buena abuela”.

Frase que además de causarme gracia, por su modo de expresión y su desarrollo gramatical, se convirtió en una de las favoritas de los miembros de la familia, después que narré el episodio.

A modo de broma, es utilizada, cada vez que alguien se niega a cumplir con un pedido expreso, solicitado por otro.

Es muy común que dichos, frases, anécdotas y costumbres sean transmitidas de boca en boca y lleguen así a los miembros sucesores.

Sin ir más lejos, mis tías, recuerdan una anécdota, dónde fui protagonista, destacando una frase, no menos graciosa, que la utilizada por mi nieto Francisco.

Por la época de mi infancia, algunas costumbres heredadas, se cumplían a rajatabla en la casa de mi abuela paterna, que fue dónde me crié.

La hora y el menú de las comidas, por ejemplo, las sufrí, cómo una manía absurda.

No se modificaban por nada, ni por nadie. Apenas media hora pasado el medio día, cómo para dar tiempo a llegar del colegio o del trabajo a los comensales, era el máximo de flexibilidad de la dueña de casa, Doña olvido. Para sentarse a la mesa. Pero con el menú no cedía.

El Lunes, puchero. Eso significaba, que el primer plato seria sopa, y el segundo los componentes del puchero, que cocinaba en la olla más grande que tenía, para que resultara abundante y sobrara para la cena.

Por consiguiente en la cena, primer plato sopa y segundo plato “ropa vieja”. Que es el nombre que le dieron a las sobras del puchero, cortado todo en trozos y servido frío con una mayonesa casera (puchero disfrazado).

Cada lunes, hacía las cinco cuadras que distaban del colegio a la casa, con la ilusión de degustar una comida distinta, pero el olor a sopa con apio, que se sentía a pasos de la entrada a la cocina, ya me comunicaba lo contrario.

La casa de mis abuelos maternos, Juana y Damián, estaba ubicada una calle más abajo, a espaldas de la casa de mi abuela Olvido,

Pero ambas, estaban unidas por un pasaje que recorría todo el centro de la manzana, limitado paralelamente por la casa de chapa, de mi tía Coca y uno de los lados del paredón que rodeaba la casa de doña Olvido.

Ese pasaje, lo transitaba cada lunes, con la esperanza de encontrar menú distinto y la invitación a participar del mismo.

Pero mis abuelas, para mi desgracia, se caracterizaban por tener las mismas costumbres. Así es que, volvía sobre mis pasos a comer con pocas ganas puré de zapallo y papas.

Para esto, la sopa había sido ya servida, y por supuesto yo no reclamaba.

Muchas veces, asomaba la cabeza sobre el paredón y observaba la entrada a la vivienda de la abuela Juana,y el patio delantero, donde jugábamos con mis primos cuando estaban de visita. Y si veía alguno de ellos, saltaba el paredón, evitando así, un gran trecho de recorrido hasta llegar al pasaje. Acción por la cual recibía llamados de atención, pero nunca tan graves, como para corregir cierta manía.

Me parece escuchar la voz de mi abuela, gritándome, “¡Pero, mira que eres machona, eh!”, Mientras yo, corría pasaje abajo, deslizando con fuerza mi mano sobre las chapas onduladas de la casa de la tía Coca, y provocando un ruido, que sabía le molestaba.

Cierto lunes y siguiendo con mi ritual, mientras me acercaba, veía un movimiento poco inusual en la casa de mi abuela Juana. Primos que vivían en otra ciudad, jugaban en la vereda, con otros que vivían relativamente cerca. Entonces pensé en la posibilidad de un cambió de menú, en honor a las visitas, pero una vez más me equivoque, la tradición se imponía.

Así que, puchero por puchero, decidí quedarme a compartir con mis primos y me senté a la mesa.

Una de mis tías, no recuerdo cual, (eran siete hermanas, contando a mi mamá), mientras acarreaba hasta la mesa, los platos de sopa que servía la abuela, muy amablemente dice: “falta servirle a Betty”.

¡Ay, no! El puchero puedo digerirlo, pensé, pero la sopa de ninguna manera.

Y haciendo uso de mi mejor representación de niña obediente, muy segura

De mi misma y de la credulidad de los demás, dije con vos firme, para que se escuchara bien. “Mi mamá, no me deja tomar sopa en casa ajena.”

Mi abuela apretó los labios, como si los mordiera y se puso de espaldas a remover la sopa.

Y una de mis tías, le dijo a las otras, mientras guiñaba un ojo: “Si la madre no autoriza, no hay que servirle sopa”.

Seguramente sintiendo, esa sensación que provoca el fingir seriedad y reír por dentro.

27-5-2008

miércoles, 20 de mayo de 2009

El viejo

El viejo.

El taller, estaba ubicado detrás de la vivienda familiar,
al fondo del terreno.
El viejo, desempeñaba en él, su oficio de chapista,
única entrada de dinero para el sustento de la familia.
Comenzaba su jornada de trabajo desde muy temprano,
pero siempre, procurando realizar las tareas
que implicaban mucho ruido, ya avanzada la mañana,
para no molestar a los vecinos.
Pregonaba y practicaba el respeto por el prójimo.
Hombre sencillo, de perfil bajo, sonrisa amiguera
y alma caritativa.
Padre de seis hijos, cinco de su sangre y uno del corazón,
a quienes se brindó, sin ninguna diferencia.
Era característico en él, además de su andar tranquilo,
llevar los pantalones mucho más abajo de la cintura,
quitándole así mérito al cinto.
Y la punta de un pañuelo de mano, arrugado,
asomando de uno de los bolsillos traseros,
al mejor estilo “Cantinflas”.
Sus zapatos, lucían carencia de betún, pero con un amplio muestrario de los distintos tonos de pintura,
que había usado en los autos.
Y era infaltable en su atuendo, una gorra de visera,
que de acuerdo a la estación,
Era de paño, propicio para el frío o de tela liviana,
para protegerlo del sol.
Nunca faltaba comedido, que dijera, a manera de chanza:
“Eso, es para cubrir la falta de cabello”.
A lo que respondía, con una sonrisa y mirada pícara
“¿Y vos, dónde vistes un burro sin pelo?”
En sus ratos de ocio recreaba su pasión por la música
y sus dones de cantautor o dibujante autodidacta.
¡De burro, ni el pelo!
Cada Domingo, después del desayuno, salía a comprar
el diario y “el vermucito”, cómo denominaba a la picadita
que consistía en maníes, papas fritas, salamín picado fino
y una botella de “CINZANO”.
Con todas estas provisiones volvía a la casa,
no sin antes, recorrer alguna plaza de la ciudad, en busca
de algún “colimba” solitario.
Al que se acercaba e invitaba a almorzar,
cómo si lo conociera de toda la vida.
Así fue, cómo varios jóvenes que hacían el servicio militar lejos de su hogar, compartieron la mesa familiar.
Con eso, intentaba retribuir el gesto que recibió en más de una ocasión, encontrándose en las mismas circunstancias.
Sentía, un amor especial por los niños y no admitía malos tratos
físicos o verbales hacia ellos, en su presencia.
Solía decir: “Los golpes los aplico para enderezar las chapas en el taller, para educar a mis hijos, palabras, cariño y ejemplo.”
Su carisma, abarcaba también a los animales.
Tenía de mascota, una perrita blanca que le regalaron, a la que llamó “Mechita”.
La perra, era algo así cómo su sombra. Mientras él viejo trabajaba, ella se echaba en un rincón del taller.
Y cuando llegaba la hora del descanso,
iba delante de sus pasos acompañándolo hasta la casa.
Cada vez que se preñaba y llegaba el momento de parir, le avisaba, con ladridos, y mordisqueando la bocamangas
de su pantalón, a la vez que lo miraba, cómo diciendo,
“llego el momento, ayudame”.
El viejo dejaba todo, buscaba una caja cómoda,
metía dentro unos trapos en desuso,
y acomodaba a “mechita” y su cama de parto,
en el lavadero de la casa.
En la última parición, la perra dio a luz dos cachorros.
Días después, aparecieron en la vereda, dos gatitos abandonados y hambrientos.
El viejo los levantó, los acarició y se fue
hasta dónde estaba “mechita”, cumpliendo su rol de madre.
Colocó los dos gatitos, junto a ella y le dijo: “mechita, ayudalos”.
La perra correspondió a su pedido, adoptó a los dos gatos, cómo suyos,y les dio de mamar a la par de sus cachorros.
¿Cómo es el dicho? “Dicen que la prenda se parece al dueño”
o “Dicen que la perra se parece al dueño”…
Cierto día, que el barrio se vio conmocionado,
por la muerte de una beba de apenas días.
Cuya madre, expulsó en el parto, además de la placenta,
todas sus obligaciones para con la recién nacida.
Después de ayudar, cómo buen vecino, en todos los trámites
que se requieren en esos casos.
El viejo, con la cara triste y un andar pachorriento,
fue hasta la carnicería, compró el mejor pedazo de carne
con hueso, que vio en el exhibidor, volvió a la casa
y se lo dio a “mechita”, mientras le decía “vos, te lo ganaste”.
Entre los papeles que se encontraron en el taller, cuando el viejo dejó este mundo, apareció una hoja de cuaderno escrita con su letra y en ella un poema.
Una de las estrofas, dice así:
“Una vez que dió a luz dos cachorritos,
La puse en un rincón del lavadero.
Y amantó también a dos gatitos,
Mirá, si es buena madre, por eso yo la quiero.”

Olvi.


Es un buen tipo mi viejo…
Gracias papi, por dejarme de herencia el orgullo de ser tu hija.
Hace pocos días fue tu cumple, había cinzanito en mi mesa.

Estoy de pié...

Estoy de pié.

Frente a un camino

con destino casual.

Que se abre, opuesto a vos.

Dispuesta a avanzar,

Tan serena, cómo constante.

Llevaré conmigo los recuerdos,

Esos, imposibles de olvidar.

Me alejo, mientras repliego,

un abanico de esperanzas.

Y a mi paso caen,

junto con las hojas del nuevo otoño.

Mis miedos.

Me invade la certeza de que podré,

distancia mediante,

convertir insomnios perturbadores,

en noches apacibles.

Despuntar madrugadas prometedoras.

Y dar la bienvenida

a originales momentos.

Ya vez, no te dejo.

Te llevo conmigo.

viernes, 15 de mayo de 2009

Cuando tengas 64 años...





Cuando envejezca y pierda mi cabello
dentro de muchos años
¿Aun me mandaras una tarjeta de San Valentín?
¿Felicitaciones por mi cumpleaños ,una botella de vino?
Si llegara a casa al cuarto para las 3 de la mañana.
¿Cerrarías la puerta con candado?
¿Aun me necesitaras, aun me alimentaras
cuando tenga 64?

Tu también serás mayor y si pronuncias la palabra
podría seguir a tu lado podría ser útil
arreglar un fusible cuando se vaya la luz
puedes tejer un suéter frente a la chimenea

Dar un paseo los domingos por la mañana
trabajar en el jardín sacar la mala hierba
¿Quien podría pedir mas?
¿Aun me necesitaras, aun me alimentaras
cuando tenga 64?

Cada verán podremos rentar una cabaña
en la isla de Wright si no cuesta demasiado caro
Nos apretaremos el cinturón
Nietos en tu regazo Vera, Chuck y Dave
Mandame una postal enviame una carta
con tu punto de vista indica precisamente
lo que quieres decir.
Sinceramente tuyo
envejeciendo
Dame tu respuesta
llena un formulario
mía para siempre.

¿Aun me necesitaras
aun me alimentaras
cuando tenga 64?
¡Ho!

Esta canción la grabó Paul MC Cartney, hace 39 años, Por el año 67.

Encontré un artículo de casualidad en google,

Del año 2005, donde dice que ya tenía 63 años.

No se si habrá cumplido algo de lo que dice la canción, si bien me gustan algunos temas de Los Beatles, no soy fanática y desconozco mucho de su historia. Tampoco se el significado de todas sus canciones, porque hasta dónde recuerdo las escuché en inglés, y no entiendo el idioma. Si reconozco más de una melodía, y para mi sorpresa la música de este tema me resulta familiar. Debo haberlo tarareado allá por mis 15 años con mis amigos, muchas veces. El marido de mi amiga de la infancia, era fanático de ellos y cada reunión que surgía se aseguraba de que Los Beatles estuvieran presentes.

Hace 39 años, vos tenías 22 y yo tenía13 años, y creo que a ninguno de los dos, la letra de esta canción podría habernos dicho nada,

Jaaaa, ¡cumplir 64 años! Naaaaaa , ni se pensaba. Sin ir más lejos, mis padres tenían 32 y 33 años y ya eran viejos (para mí).

Hoy estamos ahí de cerquita, vos más cerca que yo. Cumplir 64 años es algo que se piensa. No es una meta a largo plazo. Pero lo más revelador, en estos momentos, es que a pesar de todos los años que sumamos, ohhhhhhh milagro, no somos viejos.

Me voy a permitir parafrasear la letra de la canción.

Cuando envejezca y pierda mi cabello, (no cómo ahora,debido a la locura que transito) sino dentro de muchos años y por causa natural. ¿Me vas a mandar una tarjeta de cumpleaños? ¿O vamos a brindar en una de esas cenas cómplices, cómo las que tuvimos y me gustaron, por otro aniversario? ¿Te atreverás a regalarme otro ramito de flores de colores, las más sencillas, pero que expresaron todo?

¿Aún me necesitarás? ¿Aún me llevarás de la mano a cenar, cuando tengas 64 años?

Los dos seremos “mayores” y compartir una caminata, un película, una ducha o simplemente unos mates cebados, por más feos que fueran, (prometo poner empeño para que vayan mejorando) podría sernos, no digo útil, pero si placentero.

No es necesario que trabajemos un jardín en común, pero me haría muy feliz gozar de un jardín en común. ¿No sería lindo caminar una tarde por el Rosedal que fue cómplice de más de un encuentro? ¿O tirarle migas a los pajaritos de la Reserva un domingo a la mañana? ¿Quien podría pedir más?

Cada tanto rentar una cabaña, impregnada de olor a pasto húmedo en San Pedro. Si nos cuesta demasiado, nos apretamos el cinturón, ese que ninguno de los dos usamos. Y en medio de la tarde, despertando de una siesta, intercambiamos anécdotas de nuestros nietos, los que hoy están y de los que se vayan sumando hasta allí.

Mandame una señal, enviame un mensaje, con tu punto de vista, indica precisamente lo que quieres vivir. Dame una respuesta, si te parece necesario. No necesito que llenes formulario, “mío para siempre”, te pido simplemente que “hoy” te atrevas a soñar.

¿Vos crees que aún me alimentarás el cuerpo de sensaciones y el alma de emociones, cuando tengas 64 años? Yo creo firmemente, que cuando tengas 64 años, te voy a necesitar, voy a cruzar el puente, más de una vez para llegar a vos.

Pero sin ir muy lejos, porque para llegar hasta ahí, faltan aún comer muchos helados. ¿Y? ¿Que hacemos hasta entonces?

“deum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimun credula postero”

(Mientras hablamos, huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día, y no confíes en el mañana).

Carpe diem: arrancale pedacitos al tiempo, comete el tiempo a mordiscos. No dejes que el tiempo te quite tiempo. Ganale la partida y si querés invitame a ser tu cómplice y disfrutar del trofeo.

¿Te dije además, que te amo, hoy, ahora cuando todavía falta para los 64?

Besos, mi querido.

Esto lo escribí hace mucho, hoy puedo decir, que no solo fue parafrasear una canción,
también plasmé un sueño.

jueves, 14 de mayo de 2009

Dejo el puerto




Los troncos añejos del embarcadero

Por el que abordan los sentimientos,

languidecen arañados de tiempo,

padeciendo una niebla persistente.

Despojada de amarras, trenzadas de tabúes,

Que cercenaron derroteros,

Levanto velas.

Me incitan arcanos horizontes.

Meciéndome entre olas de esperanzas

Y espumosas de empeño,

Poco a poco me despojo del vértigo.

Un hálito se desprende de mi interior,

se mezcla con la corriente,

y puja apasionado, desvaneciendo límites.

Mi corazón, brújula adormecida,

despierta para el goce que adivina

y me guía con latidos optimistas,

hacia azules que se mezclan.

Y bajo un sol que se vierte imponente,

Que me asombra, con su abrazo envolvente.

Desnuda de recelos, me entrego,

a la fruición de su ardor,

penetrando mí esencia.

Me atiza.

Y avanzo descubriendo emociones,

Derrotando imposibles.

No me atemorizan rompientes,

Ni la tempestad que acecha,

Ni la noche que se anuncia,

matizada de sombrío y solitario intervalo.

Se, que en marejada febril o agua calma.

Mañana levaré velas nuevamente.

Ávida de orilla y sol complaciente.

Olvido.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Porque yo no?

No soy una mujer que sabe, apenas soy una mujer con sueños. Pero ya no sueño

Con espléndidos palacios y príncipes azules sobre caballos blancos, ni con varitas mágicas, que después de una lluvia de estrellas, cumplirán mis anhelos.

La madurez, ha logrado que comience a escuchar las enseñanzas que circulan por todo mi torrente sanguíneo y se posan tanto en mi corazón, cómo en mi cerebro.

Mi historia, no es todo color de rosa, cómo las historias inventadas.

Tiene capítulos de todos los colores. Algunos son desagradables, otros armoniosos, unos elegibles y otros descartables.

Rojo pasión, verde esperanza, azul ilusión, gris tristeza, negro fatal.

Me hago cargo de ella, la acepto, con todo su devaneo, confusión, afanes,

desaciertos, como toda mujer que no quiere mentirse a si misma.

Aunque muchas veces, no he sido yo misma por completo, me he desviado del sendero,

Permitiendo a los demás y a las circunstancias que modificaran algún color elegido.

En varias ocasiones; una canción, me ha evocado recuerdos; una película, ha hecho volar mi imaginación; un artículo, me inspiró o un libro, me hizo reflexionar.

En un mero intento, de estimularme a ir por más, pero sin lograr activar ese botón interno, que me motive de lleno a hacer realidad mis sueños, ha derrumbar esa pared de miedos que me aleja de nuevas experiencias.

Hoy, con ansias de modificar la actitud de vida, que no peca por mala, pero si por darle más espacio al “después” o “mañana”; en un ataque de autoayuda me he preguntado:

¿Cuánto tiempo voy a dedicarme a hacer realidad mis sueños?

Y en un proceder tan desconocido, cómo rebelde, me descubrí contestándome: “¡Tanto cómo sea necesario!”

La madurez, también me ha permitido saber que cada edad constituye una etapa y cada etapa vivida ha tenido sus características peculiares. Algunas determinadas por la educación recibida, otras por las experiencias precedentes, como los éxitos y los fracasos.

Pero que cada etapa es sólo una porción de todo lo maravilloso que puedo proponerme y permitirme, más allá de la edad que indique mi nacimiento, que no suele ser concordante con la de mi espíritu.

.

Si me place narrar mis vivencias, aún sabiendo que no tengo el respaldo de estudios que me habiliten a hacerlo. Y que en consecuencia, habrá más de un error gramatical.

¿Porqué no intentarlo?

¿Que o quien me ata a creer que a mi no se me esta permitido?

¿Porque no sacarme la mochila del miedo al ridículo y entregarme a la audacia de estos deseos?

Nada tengo que perder, porque nada espero.

Debo, entonces, actuar en consecuencia para lograrlo.

Modificar el resignado y lúgubre gris, del… ¿Porqué a mi no?

Por un rojo intenso, un verde esperanza y un azul ilusión que lo transforme en ¡Y…porque no! Que además de sonar positivo, se convierta en verdadero.

Leí por ahí que: “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer,

alguien a quien amar y algo que esperar”

Pues, a hacer se a dicho, que para amar no faltan seres.

Y mi espera esta matizada de alegres colores.

Olvi.

Vieja con palito



Como cada fin de semana, mi nieto Adriel, de 13 años, se instaló en casa, es un hábito que fue adquirido hace ya tiempo, y que me permite, además de fortalecer nuestra relación, hacer derroche de mimos.

Hoy temprano, lo despedí en la puerta, besuqueo de por medio, y me quedé mirándolo, mientras caminaba con su paso característicamente pachorriento, rumbo al club, distante apenas dos cuadras de casa y dónde practica su deporte favorito, el básquet.

No es la primera vez y con seguridad, no será la última, que haga esto, cumpliendo mi rol de abuela, pero hoy fue cómo que me hice cargo de la situación.

¡Ay Dios mío, que grande esta este crío!

Fue algo así cómo en esas noches cuando se corta la electricidad y entre la penumbra de la escasa solución que aportan velas o linternas, sin música, TV o PC, te percatas de la importancia de la misma. Hasta ahí la usas sin pensarlo, sólo porque esta.

Cómo sucede con la luz, hice uso y abuso del tiempo casi sin darme cuenta.

Recordé de pronto una conversación que mantuve con Adriel, cuando apenas tenía cinco años, después de haber acudido cómo apoyo logístico, cuando su madre, desbastada de paciencia, censuraba con más gritos que razonamiento, una de sus travesuras.

Habiendo concluido el episodio, nos recostamos en un sillón, frente al televisor a disfrutar de los dibujitos animados. Adriel, después de unos minutos de silencio, adoptando una postura de hombre serio y comprometido, me dijo: -Abu, cuando vos seas viejita y yo sea grande, te voy a cuidar-

Mi corazón de abuela se derritió apenas terminar la frase y le respondí, con ternura: -Gracias mi amor, menos mal que te tengo a vos-

-Y si- , agregó, - porque vos ahora, me cuidas y me defendes, así que cuando vos andes con”palito”, yo te voy a cuidar-.

-¿Cómo con palito?-, pregunté extrañada. Y con gestos de entendido en la materia, contestó:-Con ese palito que usan los viejitos para caminar- (bastón).

Conteniendo la risa y recurriendo a mis dotes de actriz fracasada, para poner cara de terror, le digo -¡Ay, noooooo, por Dios, Adri no me digas eso!-

-Porqué abu?-

-Porque yo no quiero andar con bastón, no quiero ser asiiiiiii de viejita.

Ahí terminó la charla, porque obviamente los dibujos animados eran más entretenidos y acapararon su atención.

Pero evidentemente, debe haber llegado a la conclusión que le permitió su escasa edad, de que usar bastón era algo feo, malo o degradante; casi una mala palabra.

Tal es así, que cuando se enojaba conmigo, me decía

-¡Vos sos vieja con palito!- Usando la frase cómo la peor ofensa.

¡Mi Dios!... ¡Pero, si todo ha pasado cómo una ráfaga de viento!

Uff, me sentí un artefacto doméstico, tipo lavarropas o microondas, esos que los programas y tras vueltas y vueltas, hacen todo simplemente porque lo dice el programa.

Así, tal cual he procedido yo en mi vida, cumpliendo cada rol que se añadía, (hija, novia, esposa, madre, suegra, abuela)

con todo lo que ello implica, en tiempo completo y sin amortizar.

De acuerdo a lo estipulado, en las instrucciones del manual, heredado de generaciones pasadas, “Naciste Mujer”, con el que me programaron.

Y todo para bien o para mal sin reflexionar, sin reparar que la vida transita a pasos agigantados.

Agregué además a toda esa vorágine, el humilde soplido

de mis pulmones, para apagar las velas que sumaron décadas al mejor estilo “Robotina”.

Pensé sensatamente, en el transcurrir de “mi” tiempo y darle el valor que amerita, en los años que quedan por delante “sin palito” y en la diferencia de disfrutarlos haciendo todas las cosas que desee hacer y quedaron marginadas, pero que aún persisten en mi interior.