No existen siestas calientes,
ni refrescantes zambullidas,
en ríos de aguas mansas.
No hay veredas apisonadas,
bajo la sombra, de grandes ramas;
o de grandes baldosines,
bordeando avenidas anchas.
En su plaza, no lucen flores,
ni fuente iluminada.
Solo sedentario permanece,
el viejo tanque de agua.
No interrumpen el silencio,
croar de ranas en acequias,
ni bocinas que rebasan.
No hay olor a sembradíos,
ni chimeneas de fábricas.
-Entonces, ¿Qué les atrae del pueblo?-
Pregunta, aquel que pasa.
-Mire, a su alrededor-...
No es tan austera, su pampa.
Su vegetación achaparrada,
resulta suficiente
para el ovino que pasta,
manso portador de valiosa lana.
Y bajo la aridez del suelo,
hay oro negro en abundancia,
esperando ser extraído
por esas moles de hierro
que en continuo movimiento
se ven en la distancia.
Magnánimo, en su entrega,
de tierra virgen y extensa,
dispuesta a ser poblada.
Y eterno surtirdor, de riqueza negra y blanca.
Que a diario, genera trabajo.
Y el trabajo es vida, es progreso,
es futuro con esperanzas.
¡Eso nos atrae del pueblo!
Esa es toda su magia.
Responde en tono orgulloso,
el apacible dueño de casa.
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