martes, 13 de enero de 2009

Estrenando Año, recordando otros...




Entre tantos otros saludos, que recibí en vísperas de navidad, encontré en mi correo electrónico, uno del que fuera novio de mi hija Nuria. Un pampeano que cursaba estudios universitarios, al igual que ella, en la ciudad de La Plata y que conoció a través de un amigo, Franco. Quien con su compañía, le ayudaba a sobrellevar la añoranza por su pueblo. Nuria y Franco, fueron compañeros de aula desde el jardín de infantes, hasta terminar el secundario, y coincidieron en elegir el lugar dónde continuar sus estudios universitarios.
Marcos, que así se llamaba, el pampeano, es Ingeniero Aeronáutico y reside ahora en la ciudad de Neuquén. Si bien no volví a verlo, después que mi hija falleció, esta en contacto con mis otras hijas y conmigo a través del teléfono o Internet.
Vino de vacaciones al sur, en dos oportunidades y compartió con nosotros, en casa, cómo un hijo más. De ahí, que recuerde ciertas cosas que hicimos en esos momentos.
Agregado a su saludo y augurios de feliz Navidad, escribió: ¿Van a quemar los papelitos? No dejen de hacerlo.

Cada noche del 31 de diciembre, acostumbramos a escribir, cada uno en un papel, todas las cosas que deseamos el año venidero. Y en otro, las cosas que no queremos que nos vuelvan a suceder.
En la mesa, ponemos un recipiente con agua o una botella y colocamos después de las doce campanadas los papelitos con nuestros buenos deseos.
Y en otro recipiente, (casi siempre utilizo una de las latas vacías, de frutas en almíbar que abrí para hacer el clerico), antes que terminen las doce campanadas, quemamos los papeles con las cosas malas que nos han sucedido en el año que termina y no queremos que se repitan.
Los tres últimos años que estuvo Nuria con nosotros (físicamente), el ritual se transformó y se agrandó, pues ella trajo ideas renovadoras de la ciudad de las diagonales, cómo se la conoce a La Plata.
Ella se encargaba de conseguir, pedir, un mameluco viejo, de esos que usan los petroleros y que por estas tierras abundan, y vestía con él, dos palos en cruz,
Que hacían de brazos y tronco, de un muñeco. Luego, lo rellenaba con bolsas, cartones, papeles, cohetes y juegos artificiales, todos aportes que hacían los vecinos y amigos que compartían con nosotros, el espectáculo en la vereda, cuando se quemaba, pasada las doce de la noche.
La última vez que lo hicimos, el muñeco había crecido, en tamaño, en popularidad,
en espectadores y en expectativas. Lucía, además del mameluco de costumbre, una remera vieja, no recuerdo donada por quien, pero si recuerdo que no querían volver a usarla. Y cargaba en sus bolsillos, papelitos detallando sucesos que deseaban no volvieran a ocurrir y escritos por todos los vecinos que quisieron sumarse. Gran parte del barrio estaba involucrado y por ello, se pensó como escenario, el baldío que usaban los chicos a modo de canchita de fútbol.
Para que todos pudieran verlo comodonamente y no se corran riesgos de ningún accidente.
Claro, que nadie tuvo en cuenta, que en el edificio de en frente, se había instalado ese año, un escuadrón de Gendarmería. Y que no estaban al corriente de las costumbres
de la cuadra.
Terminado el brindis en cada casa, todos salimos afuera y mientras los hijos de una amiga, que compartía ese día con nosotros, situaban el muñeco en el predio, todos
Los vecinos nos correspondíamos con saludos y buenos deseos.
Asi fue, cómo en una noche no muy calurosa y con una típica brisa patagónica, Luciano,
(Ver foto), acercó el cigarrillo encendido y “Don 2001” con toda su desgracia, comenzó a arder y a explotar, siendo festejado con risas, aplausos y silbidos por todos los espectadores, reunidos para la ocasión y los casuales transeúntes que miraban sin entender mucho.
De pronto, allá a lo lejos comenzó a escucharse una sirena. ¿Alguien que festejaba?
¡Noooo! El ruido, se fue haciendo cada vez más notorio, hasta hacerse ensordecedor.
A toda prisa y para nuestro asombro, el camión de los bomberos se estacionó frente al baldío y sin que podamos dar explicaciones, manguera en mano, los bomberos apagaron el “peligroso” fuego ocasionado y con él, toda la ilusión de ver las llamas consumiendo al muñeco y su carga de malas ondas.
De ahí en más, se empezó a escuchar: “siempre llegan tarde y justo hoy no”, “bomberos y la madre que los trajo al mundo” (por decirlo de manera recatada ).
Nos quedamos sin espectáculo, pero sabiendo, que la Agrupación de Gendarmería velaba por la seguridad del Barrio, y demostraba con eficacia, su comunicación con el cuartel de bomberos.
El fin de año siguiente, quien fuera la organizadora del suceso, ya estaba cerquita de Dios y nosotros, su flia, despidiendo el año por primera vez fuera del barrio.
Aunque no falta ocasión, para que alguien recuerde el episodio con risas.
Seguramente que este año, quemaremos los papelitos, pero para armar el muñeco, falta iniciativa.
De todas maneras, gracias Marcos, por acercarme a su recuerdo.
Junto con este relato, les adjunto las fotos, que alguien tomó esa noche.
¡Ah…si, sí! Todo perfectamente documentado.
Les dejo, con mi relato de aquella noche, mis deseos de un comienzo del año nuevo mucho mejor del que terminó. Y que a medida que transcurra, colme todas sus aspiraciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario