lunes, 20 de septiembre de 2010

Ojos que no ven...




A vos, amigo ciber, que no te gusta cuando digo, que hay mucha pobreza
En el país. Y que nadie se ocupa.
Te cuento, viajo seguido a Capital, el departamento donde suelo hospedarme, esta en la calle Lima, el balcón, da para el frente y se ve la 9 de Julio en todo su esplendor y con todas sus miserias. Las autopistas, por esa zona se cruzan en varios sentidos. Debajo de ellas, quedan unos reparos propicios para cobijarse de la lluvia o el calor.
Hace 3 años, cuando fui la primera vez, esos espacios, estaban rodeados de alambre, no se podía acceder a ellos.
De pronto en un viaje, observé que ya el alambre estaba cortado y que alguien se
Había afincado debajo del cemento.
En el viaje siguiente, el alambre, brillaba por su ausencia. Pero en su lugar había cajas, cartones, trapos, un carrito que alguna vez recorrió los pasillos de un supermercado y un pedazo de goma espuma apelmazada que alguna vez lució una cobertura y fue impecable colchón.
Yo, en broma, decía: “Se esta poblando el rioba, tengo vecino nuevo”.
En el viaje anteúltimo, el vecino ya había organizado más el predio,
Además de sus pertenencias antes detalladas, se distinguían unas piedras
tiznadas, que delineaban el espacio para el fogón, sobre uno de los pilares de la autopista y dónde el fuego se encendía a la hora del descanso, y el mate, era
compartido con algún que otro acompañante ocasional.
Y frente a este, dónde el espacio entre autopista y suelo se achica, se encontraba
Todo lo que recolectado por ahí, servía para apoyar el cuerpo, protegerse y dormir.
En ese mismo viaje, un sábado a la madrugada, me despertaron los gritos
Que provenían de la calle, tipo 4 de la mañana.
Y… soy mujer… y además chusma, me asomé al balcón y me quedé un buen rato
Contemplando los sucesos.
El predio estaba más concurrido, mi vecino tenía invitados. Hablaban fuerte,
Se reían, mientras pasaban de mano en mano, un recipiente del cual bebían, no puedo decir exactamente que, pero no es muy difícil de imaginar. También se dejaba ver en la oscuridad y cada tanto, la chispita que se encendía en los puchos.
Pasaron unos minutos y veo que sale de entre ellos, una mujer y cruza la avenida hasta el espacio verde que queda justo en medio de la 9 de Julio. Se sienta en el borde de la acera que limita el concreto y el césped. Con una mano apoyada en el mentón moviendo la cabeza para uno y otro lado, mirando cómo indiferente el paso de los vehículos. No pasó mucho tiempo, que veo cruzar a otro de los invitados de mi vecino, con un cartón grande en la mano. Llegó hasta la mujer, ella se paró, se abrazaron y se fueron unos metros más allá, debajo de una palmera. Extendieron el cartón, ella se recostó, él tipo se montó sobre ella y así, sin más vueltas dieron rienda suelta a sus instintos sexuales, tan despreocupados, sin importarles nada que alguien pudiera verlos y sin que el ruido que provocan los autos en marcha, los bocinazos, las luces, los desconcentrara en absoluto.
Retorne al sueño interrumpido y a las horas, cuando me levanté, ya con el sol a pleno, saqué unas fotos, las que adjunto.
La parejita ya no estaba, pero el cartón quedó de prueba. Y a mi vecino se le habían sumado metros más allá, unos compañeros circunstanciales de morada. (Ver foto).
El último viaje, el vecino ya tenía organizado una especie de inquilinato. Los carritos, que ya eran más de tres, contaban con lugar de estacionamiento y los colchones sin funda, también se multiplicaron. El fogón, estaba rodeado con cajones a modo de bancos. Y los individuos interactuando, iban y venían, arrastrando sus carencias. En la otra esquina, debajo de un palo borracho, a pasos de canal trece, un nuevo vecino, se estaba instalando. La última vez que lo vi, después de barrer un poco, tomaba mate a la sombra del árbol, calle por medio de los otros. Me parece que no tenía intención de mezclar “hacienda” con los vecinos cercanos.
Pasando la calle San Juan, hay un puente para cruzar toda la 9 de Julio, esta frente a la puerta de Artear y detrás de la capilla que da a la plaza de Constitución. A mitad de dicho puente, te podes parar, mirar para abajo y ver que bajo el cobijo de el cemento de unos de los carriles que sale a provincia, viven dos familias completitas, madre, padre, hijos (de varias edades) y demás parientes.
A quienes en varias ocasiones y por los críos, les he alcanzado pan, fruta o leche.
¿Dónde estaban antes?, no sé. ¿Dónde están?, cómo preguntas en tu mail, ahí dónde te cuento, a poco de El Honorable Congreso, la casa Rosada y demás entes gubernamentales.
A la vista de todo él que lo quiera ver. Están y día a día se multiplican.
Y que no me vengan que es porque la zona es propicia, porque en puerto madero
También hay gente revolviendo basureros o durmiendo en la calle, Once y Congreso ni hablar, todo barrio que he recorrido, Tiene más de lo mismo.
Alguien me dijo, que estas personas son aquellas que venían desde la provincia
En el tren de los cartoneros. Iban y venían a diario.
Pero que ahora, a falta de, tienen que acomodarse cómo mejor puedan. Viven de lo
Que recogen en la basura y pueda ser vendido. Principalmente cartón. Y es mas factible encontrarlo en Capital, seguramente que si tiene casa queda lejos y el ir y venir en medios de transporte no es redituable y de otra manera imposible.
No todos cuentan con tracción a sangre y carro.
Pero si todos ellos, acarrean el desinterés de los que los vemos y la negación
A creer que existen, porque estamos lejos.
Y ojos que no ven…