Este 25 de Mayo, pasó por mi vida, sin pena ni gloria. Me preocupa.
Durante mi infancia y hasta los primeros años de mi adolescencia, los preparativos del 25 de Mayo, tanto en casa, cómo en la escuela, le daban a la fecha la importancia que se merece.
No hablo de mi primer año escolar, porque en él, todavía no tenía noción de cómo se iban a suceder los acontecimientos, pero a partir de ese primer acto y durante todos los años venideros hasta terminar la escuela, esperé la fecha con mucha expectativa y nervios por saber si me iban a convocar o no, ya sea para recitar, cantar o bailar. Me gustaba participar y gracias a mis dones de “artista” o a mi poca vergüenza, siempre conseguí subir al escenario de la escuela. Mi participación en el coro fue constante, así que mi presencia en todo acto estaba asegurada. Pero yo, además aspiraba a un protagónico ¡siempre! Y no solo, porque gracias a los ensayos, que se hacían cómo mínimo dos semanas antes, me salvaba de la última hora de clase, también porque me atraían los aplausos. En los últimos años de escuela, ponía mucho esmero en hacer la composición literaria, alusiva a la fecha, porque era costumbre que se eligiera la mejor y que cómo premio su autor la leyera en el acto. La competencia era ardua, entonces era necesario estar informado y saber sobre el tema. Aunque por esos tiempos, la gran mayoría del alumnado, por voluntad propia o presionado por el entorno, se sabía las lecciones a rajatabla. Era una vergüenza, ser el “burro” de la clase y daba prestigio saber. En la escuela se aprendía y en la casa se reforzaba el aprendizaje con ayuda del aporte verbal de los padres y el manual. ¡Sobrevivíamos sin internet!
“El saber, no ocupaba lugar” Recuerdo que los actos se realizaban el día exacto, ni antes, ni después. Siempre de mañana y con toda la comunidad educativa presente, turno mañana y tarde. La puntualidad era prioridad y la pulcritud de la vestimenta no le restaba méritos. La escarapela, no podía faltar, prendida a la altura del pecho y sobre un guardapolvo tan impecable y tan blanco, cómo las cintas o vinchas en el cabello bien peinado, los guantes y las medias. Y ni hablar del calzado, que de tan bien lustrado, parecía nuevo. No era para menos, era el día de ¡LA PATRIA! La entrada de la bandera de ceremonias, se aplaudía con devoción, el izamiento de la bandera del mástil interno se presenciaba en silencio y el himno, se escuchaba y se cantaba con respeto. Y después, nos gustara o no, lo que hacían los compañeros, para conmemorar la fecha arriba del escenario, se le prestaba atención, algunas veces, con el refuerzo de la maestra, que censuraba con su mirada, siempre atenta, cualquier desconcentración. Finalizado el acto, siempre en fila y siguiendo un orden, nos dirigíamos cantando a la puerta de salida, dónde las porteras y maestras repartían una golosina o una factura. De ahí, partían luego, abanderados y escoltas, junto a los directivos y maestros hasta dónde se realizaba el desfile, generalmente en la calle céntrica de la ciudad. Yo, no tuve jamás ese honor. Mis méritos, solo alcanzaron para lucir los trajes que confeccionaba mi abuela, que más que modista era maga, para seguir el patrón del personaje que me tocaba representar y lograrlo con tela reciclada, de ropa en desuso. Pero si, tuve la suerte de ser miembro de una familia numerosa, además de predispuesta, así que al llegar a casa, después de la escuela, siempre había un pariente que iba a presenciar el desfile y allá iba yo, sin que el frío, que por esa época se hace sentir acá en el sur, merme las manifestaciones de júbilo, agitando la banderita o aplaudiendo el paso firme de los militares y civiles que avanzaban por la calle, al compás de los acordes de marchas, que fluían de los altoparlantes adosados a los postes de luz. Todo esto, siempre y cuando no tenía la suerte de estar cerca del palco oficial, desde dónde presenciaban todo las máximas autoridades de la ciudad, teniendo el privilegio de escuchar y ver a la banda musical frente a ellos. Era exactamente al costado del palco mi lugar preferido, me encantaba ver y oír la banda de cerca. La finalización del desfile, siempre ocurría cerca de las 13 hs., así que llegábamos a casa ávidos de comida. Y ahí estaban mi padre o alguno de mis tíos, haciéndose cargo de que el asado salga a punto. Y mi abuela, procurando que todo tenga el exquisito gusto de la comida casera. Ese todo, eran las ensaladas diversas y las empanadas que acompañaban al asado. Los comensales eran muchos y de gustos variados y ella trataba de complacer a todos sus hijos, nueras, yernos y nietos. Raramente, faltaba alguno, por el contrario, siempre había algún invitado extra. Después del almuerzo, se tomaba el “chupe y pase”, que consistía en un té de yuyos, (boldo, paico, cedrón), entre otros, todos mezclados en un jarro de loza grande, con una bombilla dentro, que se pasaba de mano en mano, después de tomar unos sorbos. Ese, era el momento propicio, para que los artistas de la familia hiciéramos despliegue de nuestros dones, unos tocaban los instrumentos, otros cantaban y otros bailaban, todo al compás de música folclórica, por supuesto. A veces, los primos más grandes teníamos permiso para hacer un paseíto, sin alejarnos mucho del barrio y salíamos a caminar y a lucir nuestro atuendo “dominguero”. ¡Ah, sí, sí!, los días de fiesta y los domingos, se usaba la ropa nueva. Que por lo general, no era nueva, se mantenía nueva, porque se usaba lo justo y lo necesario.
La caída de la tarde, nos encontraba a todos reunidos alrededor de la mesa del comedor, jugando a la lotería, a la perinola o al chinchón, obvio que también había merienda con pastelitos, chocolate y el infaltable mate. No tengo noción de lo que ocurriría en otras casas y con otras familias, pero seguramente era algo parecido, porque los chicos del vecindario, solíamos juntarnos en el centro de la manzana o en las veredas a jugar, pero yo, no tengo recuerdo de haber compartido con alguno de ellos esos días patrios.
Después y con tres hijas mujeres que heredaron los aires de artista de su madre, seguí participando, ya sea confeccionando los trajes que lucirían mis hijas, como espectadora, sumando aplausos o colaborando con las maestras en el armado de carteleras o en la decoración del aula.
Pero los años pasan y con ellos cambian las costumbres y las formas, es natural, todo evoluciona. No reniego contra eso, si lo hiciera sería necia. Tampoco quiero pecar por retrógrada. Pero no dejo de asombrarme y de desilusionarme. Porque los días patrios, lejos de integrar, han pasado a ser nada más y nada menos, que la oportunidad para el paseo y si caen en fin de semana, mucho mejor. En el seno familiar, no se celebra. Este año, en mi provincia y en la ciudad donde resido, el 25 de Mayo coincidió con un paro docente, que ya lleva más de un mes. Así que, acto escolar ninguno y conocimientos impartidos a los niños sobre el significado y la importancia de la fecha, menos aún, esto es lo más preocupante. Que la ignorancia nos atrape. Que los derechos de unos, se vean afectados por el justo reclamo de los derechos de los otros. Que el desconcierto abunde y las respuestas escaseen. Que sigan sumándose los días y las aulas vacías…
“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce, lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía” M. Moreno
Que el 9 de Julio, nos encuentre unidos, en paz y con mucho fervor patrio.